Si sueñas con una aventura lejos de los caminos trillados, lejos de las multitudes de Vinicunca pero igual de espectacular, déjame llevarte a descubrir Palcoyo y el cañón de Ananiso. Un día entre naturaleza pura, silencio majestuoso, tradiciones andinas y paisajes que quitan el aliento… Un momento suspendido que no estoy pronto a olvidar.
Primera parada: Checacupe, puente inca y tradiciones vivas
El viaje comienza temprano en la mañana. En la ruta hacia Palcoyo, hacemos una primera escala en Checacupe, un encantador pueblito enclavado a más de 3 000 metros de altitud. Allí, parece que el tiempo se detuvo. ¿La atracción principal? Un antiguo puente inca de cuerda, auténtico vestigio vivo del ingenio andino. Hay un guardián junto al puente y, por 5 soles, puedes aventurarte a cruzarlo, aunque a veces no hay nadie y la suerte juega a tu favor. Cruzarlo es una descarga de emociones sobre el río, con la dulce sensación de viajar atrás en el tiempo.
Desayuno local en casa de familia
Tras esta primera inmersión cultural, nos dirigimos a una casa tradicional para compartir un desayuno típico. En la mesa, descubrimos el famoso chuta, un pan redondo y generoso, emblemático de la región, acompañado de mermeladas caseras y, si apetece, de viennoiseries de Qosqo Maki —una panadería solidaria que brinda empleo a personas en situación de calle—. Todo ello regado con un café caliente o una infusión de coca, esencial para combatir los efectos de la altitud. Este momento de intercambio cálido con nuestros anfitriones alegra el espíritu y prepara el cuerpo para las alturas.
Rumbo a Palcoyo, la alternativa tranquila a Vinicunca
Reemprendemos la ruta y, pronto, los paisajes se vuelven cada vez más impresionantes. El altímetro sube: alcanzamos aproximadamente 4 800 metros. El aire es más frío y más seco, y cada respiración recuerda que estamos en gran altura. Tras un breve trayecto, llegamos al punto de partida de nuestra caminata en Palcoyo.
Lo que sorprende al instante es el silencio. A diferencia de Vinicunca, donde los visitantes se amontonan para la foto perfecta, aquí la naturaleza es tuya. El sendero asciende suavemente durante cerca de una hora, ofreciendo vistas privilegiadas de las montañas de siete colores. Las capas de tonos rojos, verdes, amarillos y violetas crean un paisaje irreal, casi pintado a mano. Uno se siente diminuto ante esa inmensidad.
El cielo luce de un azul intenso, el aire es puro, y cada paso acerca un poco más a un panorama que permanecerá grabado en nuestra memoria. Con cámara en mano y sonrisa en el rostro, cada uno saborea el instante en un silencio casi sagrado.
La caminata exclusiva hasta el cañón de Ananiso
Pero la aventura no termina ahí. Después de disfrutar plenamente de Palcoyo, nos adentramos en un sendero aún desconocido, que somos los únicos en transitar: una caminata de unas 4 horas, según el ritmo del grupo, hasta el cañón de Ananiso.
El contraste con el turismo masivo es sorprendente. A partir de aquí, no encontramos más que algunos pastores, manadas de alpacas salvajes y los miembros de nuestro grupo. Es en momentos así cuando comprendemos el verdadero sentido de la palabra “evasión”.
El sendero serpentea entre montañas majestuosas, a veces cubiertas de musgos verdes que parecen cojines bajo los pies, otras salpicadas de rocas de colores que evidencian un largo proceso geológico: sedimentos depositados hace millones de años en mares antiguos, comprimidos, elevados por la tectónica de placas y luego erosionados por viento y lluvia.
Pequeños arroyos bajan de las cumbres, cantan entre las rocas y terminan confluyendo en un río caudaloso donde los lugareños crían truchas andinas.
El escenario cambia continuamente, está vivo, y cada curva depara una nueva sorpresa. A veces hay que recuperar el aliento —la altitud exige— pero el esfuerzo siempre vale la pena. El equipo que nos guía regula el ritmo, anima a hidratarse bien y a tomarse el tiempo necesario. Consejo: evita las celebraciones la noche anterior… ¡la altitud no perdona!
Llegada al cañón: picnic y asombro
Finalmente, llegamos al cañón de Ananiso, una maravilla natural aún muy poco conocida. Los acantilados, esculpidos por milenios de erosión, se alzan a ambos lados de un agua cristalina y, con un poco de suerte, es posible avistar viscachas —esos adorables “Pikachus” de los Andes— saltando sobre las rocas. El lugar es espectacular, y aquí colocamos nuestras mochilas para un picnic bien merecido.
Sentados sobre las rocas, con esas paredes rojas y doradas de fondo, saboreamos nuestra comida mientras compartimos impresiones. El silencio solo se interrumpe por el canto del agua y la suave brisa. Es un momento de conexión total con la naturaleza.
Una experiencia única, lejos de los clichés
Lo que hace tan especial este día no es solo la belleza de los paisajes. Es la experiencia en su conjunto: la autenticidad, el calma, la exclusividad. No se trata solo de ver una montaña; se trata de atravesarla, sentirla, vivir con ella durante unas horas.
Palcoyo ofrece una alternativa única a Vinicunca, sin multitudes y sin la presión del tiempo. Se viene para respirar (aunque el aire escasee), contemplar y dejarse sorprender. La caminata hacia Ananiso es la guinda del pastel: una inmersión total en la sierra salvaje, accesible solo con nuestra agencia.
Algunos consejos prácticos antes de partir :
- Hidrátate bien desde el día anterior al trekking.
- Evita el alcohol la noche previa (¡de verdad!).
- Lleva ropa abrigada y un cortavientos: a 4 800 metros el clima cambia rápido.
- No olvides la crema solar, gafas de sol y, por supuesto… ¡tu cámara!
- Calza botas de trekking cómodas.
¿Buscas una aventura fuera de lo ordinario? ¿Un día que te reconecte con lo esencial, lejos del ruido, y te regale recuerdos para toda la vida? Entonces, déjate tentar por Palcoyo y el cañón de Ananiso. Una experiencia que pocos viven, pero que todos atesoran en el corazón.